sábado, 26 de enero de 2013

El camino del fuego...

No era solo calor, era un incendio en vida. Sentía que las llamas la atravesaban, como si no tuviera carne. El dolor había comenzado como pinchazos con las primeras chispas. Sumado a las correas y sogas que la ataban, que laceraban su suave piel, parecía mas de lo mismo. Ahora solo quedaba esperar el fin. Cualquier cosa fuera, pero no soportaba más dolor.
El fuego llegaba a su torso. Le habían dicho que perdería la conciencia antes, por los humos, pero no sucedía. Maldijo al que creyó mentiroso y empezó a retorcerse en el poste. El fraile elevó la voz y continuó con sus imprecaciones. Ella gritaba cada vez más fuerte. Las llamas, del mismo color que su pelo, lo cubrían por completo.
Desde su origen había sido repudiada. Nunca conoció a su padre ni supo si tenía nombre. Su madre la crió sola, en una casita cercana al bosque, con algunos. Nadie las visitaba, nunca había ido al pueblo ni ningún aldeano a su casa, pero no pasaron necesidades. Pero un amanecer terrible, un grupo de personas irrumpió en la casa, la quemaron, mataron a sus animales, rociaron todo el terreno con agua y un hombre vestido de negro recitaba conjuros. El grupo gritaba: "Maten a la bruja!", mientras golpeaban a su madre con palos. Su madre era fuerte, pero eran muchos. Quería llegar cerca del que recitaba, pero la plebe no lo permitía. Siguió rociando agua y echando conjuros. Su madre, con un grito, mordió hasta la muerte a uno de sus atacantes. Con la cara roja buscó al próximo. No podían detenerla. Ella no recordaba mucho más.
Había pasado un año justo. En ese tiempo tuvo que aprender sobre su iglesia y los motivos de aquellos que asesinaron a su madre. Trataron de bautizarla y enseñarle a rezar, pero no le salia bien. Al año la dieron por perdida: varios intentos de escaparse al bosque, hablar con animales, bañarse desnuda sin ceder a la clerical lascivia fueron puntos en contra.
Los miro, a todos y cada uno, los nombró y maldijo. Recordó a su madre. Volvió todo a la memoria como un golpe. Las llamas habían consumido la ropa, estaban más altas que nunca, pero veía a través del fuego. Empezó a cantar una vieja canción de la infancia. La cantaba a gritos. Sentía dolor, pero menos que antes. Las sogas se habían quemado completamente. Un movimiento brusco y pudo moverse libremente. El pueblo se persignaba.
Avanzó con el fuego cubriéndola, se sentía liviana como el aire, no sentía nada. Se abalanzó sobre el verdugo. El clérigo gritaba "La espada, la espada". Pero la espada consagrada involucrada en la muerte de la madre no aparecía. El viejo inquisidor habría sabido que hacer pero estaba muerto, apareció quemado en su cama una noche después de matar a la bruja. Su muerte ritual había sido compleja; involucró la decapitación con una espada consagrada.

Los sobrevivientes juran que ella permaneció intacta entre las llamas y avanzó destruyendo al pueblo, y quemó a todos y casi todos. Que ellas eran inmunes al fuego. Sólo había tres sobrevivientes, un ciego y una pareja de ancianos que la había cuidado durante su estadía en el pueblo. El nuevo inquisidor, hombre escéptico, sospechó de ellos y su infracción a las leyes eclesiásticas ayudando a una rebelde. No hubo nada sospechoso cuando prendieron sus piras y ardieron como cualquier cristiano.



viernes, 25 de enero de 2013

La maldición del cangrejo

Con la luz que me queda, trato de recordar como era tener a alguien cerca. Tenía nombre y una historia de soledad en una sociedad que lo nombraba imperfecto. Su soledad era distinta de la mía, él buscaba un lugar entre los vivos y lo normal, que a mi siempre me resulto insípido y blasfemo. Hubo tiempos en los que quiso apagar mi odio con besos tranquilos... No siempre resultaba; podía rescatar a uno entre los humanos y seguir odiando al resto. Igual me resultaba supernatural que hubiera alguien capaz de amarme en mi misantropía, a pesar de ella y recortarla fuera como si no fuera propiamente mía. Que hubiera alguien capaz de amarme.
Pero pasó. Dicen que el amor todo lo transforma. Él se sentía llamado al banquete del Eros. Yo estaba en la misma situación, pero queriendo analizar si no estaba simplemente al borde del delirio. 
Un día me sorprendió, diciendo que había despertado de aquel mal sueño o embriaguez y me veía en mi inhumana forma. No pude tolerarlo. Mi razón aún seguía turbia por el vaho de los sentimientos. Decidí esperar. A veces los malestares cambian con la Luna. 
No fue así. Todo empeoró hasta que no pude tolerar tu presencia... Ese día te maldije. Te deseé la soledad que me dejaste; el dolor que me causaste, que se volviera cuerpo en vos. La soledad que maldije, que fuera tu compañera hasta el final... Llamé al que roe en la eternidad mortal, a aquel que corta con pinzas de cangrejo...
Al final, cambiaste con la Luna. Cuando pasó por tu signo natal, volviste a mi; como si nunca hubieras dejado de verme humana. Pero algo había cambiado; no pude deshacer mi maldición. El que roe te llevó, la soledad que te deseé me acompaña, mi dolor se hizo carne en tu enfermedad...
Ahora me queda la misantropía, en mi pequeña habitación, esperando la nada. Y escribo, para no olvidarte. Para recordar que te maté.