viernes, 25 de enero de 2013

La maldición del cangrejo

Con la luz que me queda, trato de recordar como era tener a alguien cerca. Tenía nombre y una historia de soledad en una sociedad que lo nombraba imperfecto. Su soledad era distinta de la mía, él buscaba un lugar entre los vivos y lo normal, que a mi siempre me resulto insípido y blasfemo. Hubo tiempos en los que quiso apagar mi odio con besos tranquilos... No siempre resultaba; podía rescatar a uno entre los humanos y seguir odiando al resto. Igual me resultaba supernatural que hubiera alguien capaz de amarme en mi misantropía, a pesar de ella y recortarla fuera como si no fuera propiamente mía. Que hubiera alguien capaz de amarme.
Pero pasó. Dicen que el amor todo lo transforma. Él se sentía llamado al banquete del Eros. Yo estaba en la misma situación, pero queriendo analizar si no estaba simplemente al borde del delirio. 
Un día me sorprendió, diciendo que había despertado de aquel mal sueño o embriaguez y me veía en mi inhumana forma. No pude tolerarlo. Mi razón aún seguía turbia por el vaho de los sentimientos. Decidí esperar. A veces los malestares cambian con la Luna. 
No fue así. Todo empeoró hasta que no pude tolerar tu presencia... Ese día te maldije. Te deseé la soledad que me dejaste; el dolor que me causaste, que se volviera cuerpo en vos. La soledad que maldije, que fuera tu compañera hasta el final... Llamé al que roe en la eternidad mortal, a aquel que corta con pinzas de cangrejo...
Al final, cambiaste con la Luna. Cuando pasó por tu signo natal, volviste a mi; como si nunca hubieras dejado de verme humana. Pero algo había cambiado; no pude deshacer mi maldición. El que roe te llevó, la soledad que te deseé me acompaña, mi dolor se hizo carne en tu enfermedad...
Ahora me queda la misantropía, en mi pequeña habitación, esperando la nada. Y escribo, para no olvidarte. Para recordar que te maté.

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